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martes, 1 de noviembre de 2011

<< En secreto>>

Te amo en secreto y en silencio. Te lo digo por si aún no te has dado cuenta. Desde que te ví por primera vez sentada en la cafetería de la esquina, leyendo concentrada La Sombra del Viento, de Carlos Ruíz Zafón. Tu rostro de tez blanca cremosa, tus labios perfectos carmesí, tu pelo revuelto naranja cayendo suevemente sobre tus hombros desnudos y esos dulces ojos acaramelados me impactaron tremendamente. 
Mientras fingía leer el libro que traía entre manos, no podía dejar de observarte. La manera sensual con que cogías la taza de café y le agregabas dos sobrecitos de Splenda para endulzarlo, la delicadeza de tus dedos finitos y tus largas uñas pintadas de rojo, mi color favorito. La manera con que bebías cada sorbo de café dejando el sello de tus labios en el borde de la taza a la que parecías besar, y cada mordida que dabas a la barra de granola con chispitas de chocolate, sacando tu lengua rosada primero para luego continuar el ritual, masticándola suavemente y moviendo delicadamente los músculos de tu cara para después pasarla a través de la delgadez de tu cuello al que me provocaba besar.
Sin que lo supieras, te seguí varias veces en mi auto, en secreto, por gran via hasta tu casa en calle del pintor francisco salzillo. Aquella gran mansión, llena de habitaciones vacías en donde pasabas la soledad de tus días grises de otoño abandonada por un marido que andaba en viajes de negocios por lugares lejanos dejándote sola en tu fría cama  con sábanas blancas de encaje y edredones de seda de la India. 
Te veía regresar después de dejar a tu pequeño hijo en el colegio, sola en tu BMW escuchándo canciones románticas de Luis Miguel que seguramente te transportaban a tiempos mejores. Oculto entre los árboles del bosque aledaño a la caballeriza de tu casa, apoyado en un cedro miraba de lejos cómo con tu porte de amazona furtiva montabas a Pegasus. El corcel blanco parecía volar contigo en cada salto como un mítico caballo alado. Así mitigué mis meses de soledad acosándote desde lejos en secreto, sin que te dieras cuenta, guardando en lo más recóndito de mi corazón el secreto de este amor prohibido.
Hasta que llegó el día en que por casualidad el destino se puso de acuerdo conmigo al entrar a la biblioteca municipal, y encontrarte en la sección de libros en Español. Cogiste La Carta Esférica, de Pérez Reverte; yo tomé La Reina del Sur. Nos miramos y por vez primera te percataste de mi presencia. Es un buen libro -te dije. El suyo también -contestaste.



 Mucho gusto soy Antonio -dije mientras estrechaba la tersa suavidad de tu mano derecha. Y yo Marlene, encantada -contestaste regalándome tu bella sonrisa. Caminamos juntos a tomar un café y entonces, en la calidez de nuestras conversaciones futuras, proseguiste a contarme todos tus secretos, incluso aquellos que ni tu madre, ni tus hermanos, ni tu esposo sabían, aunque debo confesar que aún no termino de descifrar el secreto escondido detrás de tus dulces ojos acaramelados.

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